jueves, 19 de julio de 2018

¿Por qué oímos ciertas canciones una y otra vez?




Desde que despertó nuevamente la fiebre por Luis Miguel, no puedo parar de oírlo. Parece que regresé a la adolescencia, pero, en realidad, la ciencia explica qué es lo que me pasa.
Necesito sus boleros. Los pongo a todo volumen mientras me baño. Los canto en la cabeza cuando camino por la calle. Pienso en ellos después de un día largo y estresante. Desde que Netflix empezó a transmitir la serie basada en la vida de Luis Miguel, el cantante mexicano conocido como ‘El sol de México’, me la paso tarareando “La puerta se cerró detrás de ti y nunca más volviste a aparecer, dejaste abandonada la ilusión que había en mi corazón por ti….”.  Estoy embarazada y creo que el niño va nacer romántico y cursi por mi culpa. Pero es que no puedo parar
Esta nueva obsesión me ha hecho pensar por qué hay días, semanas y hasta meses en los que nos volvemos adictos a una canción o a un artista. Porque a cualquiera al que le guste la música le ha pasado. Le damos ‘play’ sin que nos estorbe la repetición, sin que nos aburra, sin que nos dé pereza. ¿Por qué?
La música es una droga
El profesor de música Peter Vurst le explicó a Noisey que la música afecta los centros de recompensa de nuestros cerebros. Cuando oímos algo que nos gusta, tenemos un subidón de dopamina tan placentero que nos sentimos tentados a repetir la experiencia hasta la muerte. “Las personas a las que se les eriza la piel cuando oyen ciertas canciones tienen un aumento de dopamina, un neurotransmisor que es equivalente a una droga natural producida por el cerebro –explica Vurst–. Hay, no obstante, personas que no sienten absolutamente nada con la música. Se ha documentado que en ellas una canción no genera ninguna actividad en los centros de placer en ninguna medida”.
Así que todo depende de la persona. Pero si uno tiene un mínimo interés por la música, esta puede actuar en el cuerpo como cualquier otra adicción: a la comida, al trago, a las drogas…

La música despierta la nostalgia
"La música es la forma como creamos nuestra identidad personal –comenta Kenneth Aigen, director del programa de terapia musical en la Universidad de Nueva York, al Huffington Post–. Es parte de nuestra construcción de identidad. Algunas personas dicen que eres lo que comes. En muchas maneras, eres lo que tocas o lo que escuchas".
Yo crecí con Luis Miguel. Mi papá ponía sus discos mientras almorzábamos y los sábados en la tarde veíamos vídeos de sus conciertos. Recuerdo que todos lo observábamos hipnotizados: no solo era un rockstar guapísimo que llenaba su boca de palabras amorosas, sino que era talentoso y entregado. “Si Luis Miguel no controla ese vozarrón, se le va a acabar pronto”, decía mi abuela anonadada ante el desgaste del artista en el escenario.
Así que oír a Luis Miguel es recordar a mi papá, a mi mamá, a mi abuela y a mi hermano. Es revivir los fines de semana en familia. Es despertar la adolescente que hay en mí, dada a la melancolía y a disfrutar las historias de amor apasionadas y dramáticas.
Algunas canciones, según Pablo Ortiz –profesor de composición musical en la Universidad de California–, nos pueden conectar intensamente con el pasado. “Cada vez que oyes esa canción que escuchabas a los 15, la sensación que experimentabas en ese momento viene de regreso intacta –le cuenta el Huffington Post–. El sonido es suficientemente abstracto para ir directo a la zona de tu cerebro encargada de los sentimientos".
De esta manera, la música se convierte en una máquina del tiempo que permite que revivamos sensaciones y sentimientos placenteros que están en el pasado y que nos encantaría experimentar de nuevo.

La música puede ser enviciadora por estrategia
Los compositores tienen algo de científicos, porque han logrado descifrar qué necesita una canción para ser exitosa, para que queramos oírla en una emisora, justo después de haberla oído en otra. Tienen trucos que juegan con nuestro cerebro: aumentan el número de instrumentos cuando llegan al coro, suben el volumen en el momento de mayor intensidad, recurren a palabras que funcionan como ganchos en momentos estratégicos. Una canción pegajosa es fácil de seguir y cantar, y tiene la capacidad de llevarnos alto, soltarnos y recogernos justo cuando estamos a punto de golpearnos con el suelo.
Al oír una canción que te eleva, que es familiar y coherente (pasa de un sonido a otro que te esperas) querrás que nunca deje sonar.



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